viernes, octubre 18, 2013

Arrinconado

La lluvia comenzó desde ayer, se detiene por pequeños lapsos, supongo toma fuerza para sumergirse bajo la tierra. Hace horas que veo llover, impávida, inamovible desde un arrinconado lugar de mi habitación que tiene vista a la ventana. 


Desde acá, de este lugar pasible se ve la continuidad de la oscuridad del día, se le ve lo gris al cielo. Confieso que hoy  no quiero… no puedo salir y ver la desdicha de esta gran ciudad, ni su ajetreo, ni su violencia… ni mucho menos su crueldad. 



Quisiera quedarme en este rincón, a darle vueltas a mi cuerpo sentado que se está quedando dormido en esta silla y seguir escuchando voces. 



Decido transcurrir por la vida sin que sepas de mí; ser sin saber de ti. Trastornado e ignorante, porque hoy sé que me asusta y aun así, ya no me aterra saber que cuando dejo de amar a una mujer lo menos que puedo pensar es en culpabilidad. 



Soy vulnerable a cualquier accidente, soy un mortal sensible a cualquier fallo, un mortal que es libre de decidir mi propia forma de morir. 



Mi muerte es la desaparición de lo problemático, es no volverte a ver jamás. Porque nunca nada es para siempre, ni los castigos míticos del exilio, ni la locura, ni la muerte ni mucho menos la dimensión de lo trágico. Lo trágico es vivir contigo. 



Me fastidie de tener víctimas, de someterlas, de esta misma fantasía y del deseo por la muerte. Nuestro silencio es el secreto de lo que no queremos nombrar, el silencio es el desgarro de este aborrecimiento que hoy siento por ti y por este desprecio feroz y obsceno.


 
Bendita y desconocida agonía, única celebración e irrepetible ceremonia. Hoy enloquezco de dolor, de amor, de soledad, de elogiar a la locura e irme con la deuda más importante de la vida. 



Hoy me exilio de los externos siniestramente silenciosos, forjando ilusiones sin límites y haciendo crecer mi fascinación por la muerte. 



Muerte a la muerte. Enigma de ausencia, riesgo del encerramiento. Tortura real. Tortura la posibilidad de olvidar la vanidad de la vida que es la muerte misma.




by mitch

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